04 agosto 2012

Comentario sobre la nota publicada en la revista RUMBOS, 15 de julio de 2012.


El “origen” de los argentinos: o las ficciones de la identidad nacional y sus políticas de reconocimiento

Sofía Soria


Para quienes transitamos por la academia y, dentro de ella, por ese espacio virtualmente común llamado ciencias sociales, resulta casi una obviedad admitir que la identidad nacional es más la instancia de una pregunta que la de una verdad. O, para decirlo en otras palabras, la instancia que nos permite desandar el modo en que ciertos procesos político-culturales logran cierta operatividad histórica en la construcción de sentidos de pertenencia. Sin embargo, nada más interpelante para esta mínima comunidad llamada academia que un artículo de difusión masiva sobre El ADN de los argentinos[1] que, en su propósito de desmantelar el mito de “los argentinos venimos de los barcos”, lo hace precisamente sobre la base de un discurso tan fuerte como inapelable: el dato sanguíneo refrendado por la investigación científica. Y con ello, el sutil refuerzo de un discurso de la identidad nacional que no hace sino obliterar la pregunta en torno a su institución política y su carácter ficticio, por retomar la vieja y conocida expresión de Balibar.
De todo lo que podría señalar al respecto, dos cuestiones me parecen centrales: el modo en que se propone interpretar la identidad nacional argentina y las formas de reconocimiento de lo indígena y lo africano que esa modalidad habilita. Estos dos aspectos, creo, resultan relevantes para mostrar cómo un discurso mediático que pretende desarticular uno de los mitos fundantes de la argentinidad y (¡por fin!) reconocer los elementos indígenas y africanos se asienta, paradójicamente, en el mito del origen de la nación dictado, esta vez, por el dato sanguíneo. Origen que se imagina como ese fundamento antes invisibilizado por la imaginación de una proveniencia transatlántica y que hoy, no cabe duda, se devela mucho más heterogéneo, hecho que nos ubicaría “cada vez más cerca de Latinoamérica” según dice el artículo en uno de sus recuadros.
Si hay algo que este artículo viene a decirnos es lo siguiente: si antes creíamos que veníamos predominantemente de los barcos, ahora sabemos que no es tan así. El desplazamiento desde la creencia hacia la verdad es, de tal modo, la operación a partir de la cual nuestro origen se resignificaría:
‘Los argentinos descendemos de los barcos’, asegura un viejo refrán popular, que define en una sola frase esa condición ‘blanca’ y europea de la que nos gusta presumir. Según ese mito, la identidad de los argentinos sería una especie de receta formada por dos partes casi iguales de genes españoles e italianos, con algunas cucharadas francesas, inglesas y centroeuropeas, y unas pizcas judías y árabes. Si eso fue alguna vez así, ya no lo es tanto. Diversos estudios realizados por universidades y organismos oficiales están mostrando que entre un 20 y un 40 por ciento de la población del país tiene en su sangre rasgos indígenas o africanos… (RUMBOS N° 464: p. 26).
Dos estudios se citan para avanzar en esta idea: por un lado, el de una investigadora de la Cátedra de Antropología de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba y, por otro lado, un estudio realizado por el Equipo de Antropología Biológica de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. No se trata aquí de juzgar estos estudios, los cuales seguramente tienen mucho que aportar a las discusiones específicas de su campo, pero sí de ofrecer algunos puntos de discusión sobre los usos de los mismos, pues tales usos nos permiten dar cuenta cómo “datos científicos” se inscriben en modos culturales de imaginar pertenencias y diferencias. En efecto, en el cuadro que se elabora en torno al origen de la identidad argentina lo discutible es no sólo cómo el discurso de la ciencia viene a desmontar un supuesto mito de la argentinidad blanca y europea para mostrar la verdad olvidada de nuestra composición indígena y africana, sino también las explicaciones sobre el acallamiento e invisibilización de esa composición.
Lo llamativo es que tales explicaciones parecieran no poder salirse de coordenadas de interpretación que, directa o sutilmente, vinculan la verdad de la identidad al dato sanguíneo y, con ello, la resonancia de un discurso de la naturaleza. Ante la pregunta sobre las causas de la desaparición de los elementos indígena y africano de nuestra trayectoria identitaria, se retoma parte de los resultados de una de las investigaciones citadas y se indica: “a) la abolición del tráfico de esclavos; b) las altas tasas de mortalidad y las relativamente bajas tasas de fertilidad; c) la alta mortandad masculina en las guerras de 1810-1870 y d) el mestizaje originado por la escasez de varones negros” (RUMBOS N° 464: p. 28). Una de tales causas o la mezcla de todas ellas, dirá el artículo, explicarían por qué nos costó tanto admitir el elemento indígena y el elemento africano como parte de nuestra identidad. Produce cierta incomodidad, cuando no escozor, que la posibilidad de admitir la presencia de esos elementos antes acallados quede atada a la objetividad del dato sanguíneo. Pero no sólo eso, resulta al menos riesgoso que sean la sangre y el cuerpo los lugares desde los cuales se teje la posibilidad de reconocimiento de lo antes negado.
Surgen entonces algunas preguntas: ¿qué ADN nacional podríamos cartografiar si los datos sanguíneos hubieran sido casi nulos en términos cuantitativos?, ¿qué tipo de argentinidad se desprendería de una escasa incidencia de la sangre de indios o africanos?, ¿acaso el reconocimiento debiera depender del dato innegable de la sangre y el cuerpo?, ¿qué implicancias políticas se siguen de la expulsión de la sangre y el cuerpo de todo discurso culturalmente articulado, de todo momento de institución política?

Sangre y cuerpo como fundamento ¿apolítico? de la nación. Sangre y cuerpo como ese afuera que nos otorga la certeza de una identidad. Sangre y cuerpo como formas de narrar los orígenes de una nación que, luego de una confusión histórica de poco más de 200 años, ahora sabe por fin su verdad. Esa parece ser la lección.



[1] Artículo publicado en la revista RUMBOS, 15 de julio de 2012. Publicación propiedad de Comercialización de Medios del Interior S.A., distribuida con los diarios del día domingo en: Córdoba (La Voz del Interior); Mendoza (Los Andes); Santiago del Estero (El Liberal); Paraná (El Diario de Paraná); Neuquén y Río Negro (La Mañana Neuquén); Comodoro Rivadavia (Diario Patagónico); Salta (Nuevo Diario); Trelew (Jornada); Trenque Lauquen (La Opinión); General Pico (La Reforma); Formosa (El Comercial); Gualeguaychú (El Día); La Rioja (El Independiente); San Luis (Diario de La República); Corrientes (Diario Época); Misiones (El Territorio); San Juan (Diario de Cuyo y El Zonda); Rosario, La Plata y Mar del Plata (Clarín).