El “origen” de los argentinos: o las ficciones de la identidad nacional y sus políticas de reconocimiento
Sofía Soria
Para
quienes transitamos por la academia y, dentro de ella, por ese espacio
virtualmente común llamado ciencias sociales, resulta casi una obviedad admitir
que la identidad nacional es más la instancia de una pregunta que la de una
verdad. O, para decirlo en otras palabras, la instancia que nos permite
desandar el modo en que ciertos procesos político-culturales logran cierta
operatividad histórica en la construcción de sentidos de pertenencia. Sin
embargo, nada más interpelante para esta mínima comunidad llamada academia que
un artículo de difusión masiva sobre El
ADN de los argentinos[1]
que, en su propósito de desmantelar el mito de “los argentinos venimos de los
barcos”, lo hace precisamente sobre la base de un discurso tan fuerte como
inapelable: el dato sanguíneo refrendado por la investigación científica. Y con
ello, el sutil refuerzo de un discurso de la identidad nacional que no hace
sino obliterar la pregunta en torno a su institución política y su carácter ficticio, por retomar la vieja y
conocida expresión de Balibar.
De
todo lo que podría señalar al respecto, dos cuestiones me parecen centrales: el
modo en que se propone interpretar la identidad nacional argentina y las formas
de reconocimiento de lo indígena y lo africano que esa modalidad habilita. Estos
dos aspectos, creo, resultan relevantes para mostrar cómo un discurso mediático
que pretende desarticular uno de los mitos fundantes de la argentinidad y (¡por
fin!) reconocer los elementos indígenas y africanos se asienta,
paradójicamente, en el mito del origen de la nación dictado, esta vez,
por el dato sanguíneo. Origen que se imagina como ese fundamento antes
invisibilizado por la imaginación de una proveniencia transatlántica y que hoy,
no cabe duda, se devela mucho más heterogéneo, hecho que nos ubicaría “cada vez
más cerca de Latinoamérica” según dice el artículo en uno de sus recuadros.
Si
hay algo que este artículo viene a decirnos es lo siguiente: si antes creíamos que veníamos predominantemente
de los barcos, ahora sabemos que no
es tan así. El desplazamiento desde la creencia hacia la verdad es, de tal
modo, la operación a partir de la cual nuestro origen se resignificaría:
‘Los argentinos descendemos
de los barcos’, asegura un viejo refrán popular, que define en una sola frase
esa condición ‘blanca’ y europea de la que nos gusta presumir. Según ese mito,
la identidad de los argentinos sería una especie de receta formada por dos
partes casi iguales de genes españoles e italianos, con algunas cucharadas
francesas, inglesas y centroeuropeas, y unas pizcas judías y árabes. Si eso fue
alguna vez así, ya no lo es tanto. Diversos estudios realizados por
universidades y organismos oficiales están mostrando que entre un 20 y un 40
por ciento de la población del país tiene en su sangre rasgos indígenas o
africanos… (RUMBOS N° 464: p. 26).
Dos
estudios se citan para avanzar en esta idea: por un lado, el de una
investigadora de la Cátedra de Antropología de la Facultad de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba y, por otro lado, un
estudio realizado por el Equipo de Antropología Biológica de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. No se trata aquí de
juzgar estos estudios, los cuales seguramente tienen mucho que aportar a las
discusiones específicas de su campo, pero sí de ofrecer algunos puntos de
discusión sobre los usos de los
mismos, pues tales usos nos permiten dar cuenta cómo “datos científicos” se
inscriben en modos culturales de imaginar pertenencias y diferencias. En
efecto, en el cuadro que se elabora en torno al origen de la identidad
argentina lo discutible es no sólo cómo el discurso de la ciencia viene a desmontar
un supuesto mito de la argentinidad blanca y europea para mostrar la verdad olvidada
de nuestra composición indígena y africana, sino también las explicaciones
sobre el acallamiento e invisibilización de esa composición.
Lo
llamativo es que tales explicaciones parecieran no poder salirse de coordenadas
de interpretación que, directa o sutilmente, vinculan la verdad de la identidad
al dato sanguíneo y, con ello, la resonancia de un discurso de la naturaleza. Ante
la pregunta sobre las causas de la desaparición de los elementos indígena y
africano de nuestra trayectoria identitaria, se retoma parte de los resultados
de una de las investigaciones citadas y se indica: “a) la abolición del tráfico
de esclavos; b) las altas tasas de mortalidad y las relativamente bajas tasas
de fertilidad; c) la alta mortandad masculina en las guerras de 1810-1870 y d)
el mestizaje originado por la escasez de varones negros” (RUMBOS N° 464: p.
28). Una de tales causas o la mezcla de todas ellas, dirá el artículo,
explicarían por qué nos costó tanto admitir el elemento indígena y el elemento
africano como parte de nuestra identidad. Produce cierta incomodidad, cuando no
escozor, que la posibilidad de admitir la presencia de esos elementos antes
acallados quede atada a la objetividad del dato sanguíneo. Pero no sólo eso,
resulta al menos riesgoso que sean la sangre
y el cuerpo los lugares desde los
cuales se teje la posibilidad de reconocimiento
de lo antes negado.
Surgen
entonces algunas preguntas: ¿qué ADN nacional podríamos cartografiar si los
datos sanguíneos hubieran sido casi nulos en términos cuantitativos?, ¿qué tipo
de argentinidad se desprendería de una escasa incidencia de la sangre de indios
o africanos?, ¿acaso el reconocimiento debiera depender del dato innegable de
la sangre y el cuerpo?, ¿qué implicancias políticas se siguen de la expulsión
de la sangre y el cuerpo de todo discurso culturalmente articulado, de todo
momento de institución política?
Sangre y cuerpo como fundamento ¿apolítico? de la
nación. Sangre y cuerpo como ese afuera que nos otorga la certeza de una
identidad. Sangre y cuerpo como formas de narrar los orígenes de una nación
que, luego de una confusión histórica de poco más de 200 años, ahora sabe por fin su verdad. Esa parece ser la lección.
[1] Artículo
publicado en la revista RUMBOS, 15 de julio de 2012. Publicación propiedad de Comercialización
de Medios del Interior S.A., distribuida con los diarios del día domingo en:
Córdoba (La Voz del Interior); Mendoza (Los Andes); Santiago del Estero (El Liberal);
Paraná (El Diario de Paraná); Neuquén y Río Negro (La Mañana Neuquén); Comodoro
Rivadavia (Diario Patagónico); Salta (Nuevo Diario); Trelew (Jornada); Trenque
Lauquen (La Opinión); General Pico (La Reforma); Formosa (El Comercial);
Gualeguaychú (El Día); La Rioja (El Independiente); San Luis (Diario de La
República); Corrientes (Diario Época); Misiones (El Territorio); San Juan
(Diario de Cuyo y El Zonda); Rosario, La Plata y Mar del Plata (Clarín).